Sumergida,
más que antes, en el mundo de los automóviles, me impresiona la manera en que
las cosas han cambiado con el paso de los años y las décadas. Recordando
aquellos tiempos en que Henry Ford vendía carros negros y no había opción
alguna de color, a la fecha, muchas
cosas han cambiado.
Afortunadamente,
hoy en día tenemos más opciones de color en la carrocería, pero también es
posible seleccionar la tela, el color y el estilo de los asientos, el tipo de
motor, el sistema de sonido, si será automático o de velocidades, sistemas electrónicos y demás aditamentos, al
gusto de cada cliente.
Definitivamente,
la individualización de los productos será un tema que seguirá teniendo un
lugar preponderante en los negocios actuales y del futuro. Inmersos en la
globalización, la individualización de productos seguirá siendo un sinónimo de
poder adquisitivo, gusto y distinción. Y cuando me refiero a estos tres últimos
aspectos, no hablo solamente de artículos de lujo, pues la individualización ya
no es precisamente un sinónimo de riqueza, sino simplemente de posibilidad por
parte de la empresa de satisfacer los deseos de sus consumidores; pues así como
es posible elegir un auto lujoso a nuestro gusto, también lo podemos hacer con
un auto de valor bajo o intermedio, así como con otros productos.
Recuerdo mi
única y última experiencia en la carnicería que está cerca de mi casa. Vivo en
un pueblito a diez minutos de dos grandes ciudades en Alemania. Tiene una
carnicería, una iglesia, un jardín de niños, una estación de bomberos y sorpresivamente, dos hoteles, nada más.
Recién llegada “al pueblo” quise hacer unos bisteces al estilo mexicano. Fui a
la carnicería y pedí que me cortaran la carne en rebanadas delgadas, pero se
opusieron. El argumento fue que era una carne demasiado buena para cortarla en
rebanadas delgadas. Expliqué que quería hacer un platillo especial y que
necesitaba las rebanadas de ese tamaño. Se volvieron a oponer y me dijeron que
lo más que lo podían cortar era al estilo Americano… en rebanadas gruesas. Acepté las rebanadas gruesas y corté los
bisteces en mi casa. No he vuelto a visitar la carnicería. Mi esposo que iba
conmigo, se enojó tanto como yo. Tal vez sea porque se trata de este lugar en
particular, un pueblo pequeño en el que nadie había pedido que le cortaran la
carne en rebanadas delgadas. Cualquiera que sea el caso, este tipo de
comportamientos ya no son aceptables. Si como clientes, queremos la carne en
cuadritos, en rebanadas o en tiritas, esto no debería ser un problema para la
carnicería. Lo importante es que el cliente esté satisfecho, pues el carnicero
puede y debería cortar la carne tal y como se lo están pidiendo.
Como vemos,
la individualización es aplicable a otros productos y en otras áreas tan
comunes como el de las carnicerías. La clave es que, siempre y cuando sea
posible para la empresa, ésta haga los cambios que el cliente le está
solicitando para satisfacer así totalmente sus necesidades y que en el futuro vuelva a repetir la compra
en el mismo lugar, lo cual creará una fidelidad del cliente hacia la empresa
que tuvo el interés de darle lo que estaba buscando. Es por eso que la
individualización de los productos se convierte en un plus que las compañías deberán
ser capaces de desarrollar en todos sus productos, siempre y cuando las
posibilidades, así se lo permitan.